A Pablo, Benemérito Pontífice Máximo.
Hace ya tiempo había ofrecido a Vuestra Santidad algunas florecillas de mi humilde inspiración, a la manera del agricultor diligente que ciñe los altares de los dioses con los tiernos brotes recién florecidos, para que, bajo la protección de éstos, una vez que crezcan hasta su justa medida, produzcan frutos más abundantes.
Pero ahora que un estudio constante, el paso de los años y un sentido mucho más despierto me han hecho progresar hacia una producción literaria un poco más importante, he considerado que valía la pena extender ante vuestros santísimos pies, verdadero Pontífice Máximo, una muestra de mis frutos más maduros, adornada con variedad de lenguas. Aunque nunca me hubiera atrevido a ello si no me hubiera persuadido con sus hábiles palabras el egregio poeta y filósofo Britonio, a quien, si recuerdo bien, hace unos seis años, con la audacia propia de la juventud, había confiado mis inmaduras primicias para que las hiciera llegar a vuestra Beatitud. Éste hace poco, en verdad, con una carta suya me ha liberado totalmente de un temor algo ingenuo que se había apoderado de mi persona, al asegurarme lo que a través de todo el Orbe cristiano la fama celebra, a saber, que Vos, quien lleváis las llaves de la Corte Celestial, que sólo Vos abrís y nadie cierra que Vos cerráis y nadie abre, no sois, como suelen serlo los príncipes mortales, ni irritable ni malhumorado ni reservado sino el más humano, el más clemente y, entre los buenos, el mejor.
Y para no cansar con una carta tan larga los oídos de Vuestra Santidad, agotados con los negocios más graves de este tiempo, he añadido ritmos a mi Musa, porque he oído que Vuestra Beatitud se complace más con los versos que con la prosa. Recibid, pues, con alegre semblante nuestra
Sintra, escrita en honor de la Serenísima Infanta María de Portugal, a quien ciertamente ofrecimos nuestras obras con un gran placer al estar íntimamente ligada al César y a los demás monarcas por el esplendor de la sangre y a las Musas por el interés de sus estudios. Pero si Vuestra Santidad, mientras florece vuestro Santísimo Pontificado, comenzara a interesarse por mi persona, por mi ingenio y por mi erudición, toda la posteridad celebrará este inmortal beneficio con otros innumerables poemas. Que tenga salud Vuestra Felicísima Santidad para hacer crecer y proteger el redil del rebaño cristiano que le ha sido entregado.
En la Corte del invencible Rey de Portugal, en el año del Señor de 1546. Vuestra más humilde sirva, postrada a los pies de Vuestra Santidad. Luisa Sigea Toledana